Y para darle más realce a la imagen de la mujer, que tanto se afana por lograrlo, el comercio ha creado tal diversidad de aditamentos femeninos, que van desde los más sofisticados y extravagantes, hasta los más sencillos y realmente necesarios. La pintura es uno de tales complementos: la mujer se pinta los labios, los cachetes, los párpados, las cejas, el pelo y las uñas; se pone aretes hasta en la lengua y el mush; anillos, prendedores, ganchos, colas, pulseras, collares y cadenas; prendas de vestir ni se diga, desde las que le esconden hasta los pies, pasando por las que medio le cubren el cuerpo, hasta llegar a las que no le tapan casi nada; se ponen zapatos de los más variados colores, tacones y formas; botas, botines, caites y chancletas.
En fin, es tal variedad de agregados al arreglo general de la mujer, que la pobre ya no sabe qué hacer para hacerle frente a la competencia, ya que si una se pone un vestido de lujo, la otra tendrá que ponerse uno mejor; si una usa prendas de oro brasileño tan de moda en estos tiempos, la otra tendrá que usar oro italiano, aunque ambos carezcan de quilates.
Lo cierto es que hay que cuidar de tal manera la figura, que además del espejo donde se pueda ver de cuerpo entero, al derecho y al revés, adelante y atrás, media vuelta y vuelta entera, tendrá que ser muy cuidadosa con el volumen del cuerpo, ni muy gorda que sude hasta cuando está entre el agua, ni muy delgada que corra el riesgo de que se la lleve el viento.
Pero con todo lo que se ponga o se deje de poner, o con todo lo que haya o se deje de hacer, la mujer será siempre admirada y considerada como lo que realmente es: insustituible y hermosa.
San Antonio Huista, Huehuetenango, Guatemala
2 de mayo de 2019
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