Perdida en el Bosque (2/3)
Él abrió la puerta de su cabaña y yo entré después de él. Él me dijo muy amablemente que me sentara, y yo me senté. Él puso a calentar algo en la estufa, y luego sacó un botiquín, me empezó a curar las heridas y me vendó lo pies. Luego sirvió un té caliente en un vaso y me lo alcanzó. Yo le agradecí. Para ese momento ya era de noche. Él puso la chimenea de su cabaña para darnos calor. Luego empezó a preparar algo de comer. Me preparó una sopa caliente y luego me dio un poco de arroz y carne. Yo le agradecí mucho, me puse a comer, era la comida más deliciosa que jamás había probado, no sé si por su cocina o por el hambre que tenía de no haber comido en todo el día. Ya iba avanzada cuando noté que él me miraba fijamente, yo me detuve, y me dio un poco de risa. Él me dijo ―tienes unos lindos ojos―. Yo me sonrojé un poco, le dije que gracias. Pero me fijé que él no estaba comiendo nada. Entonces le pregunté: ―¿Y tú, por qué no comes? ―, él me dijo que no tuviera pena, que él no tenía hambre, pero yo insistí, y al final me dijo que la mañana siguiente iría a comprar de nuevo algo de comida, que lo que me estaba dando era lo último que tenía. Yo le quise compartir de mi plato, pero él se negó, dijo que ya había comido más temprano, y que sin duda yo lo necesitaba más que él. Yo le agradecí mucho. Terminé de comer, y él llevó los platos a la cocina. Me llevó otra chamarra, y me dijo que me daría su cama para que durmiera esa noche. Yo le dije que ahí estaba bien, en la banca donde estaba, pero él insistió y acepté. Pasé a su habitación, me senté en la cama, él puso un candil para iluminar la habitación, me indicó donde estaba el baño, la mesita de noche, y otras cosas. Entonces ya casi se iba cuando yo le dije que esperara, le dije que tenía miedo, que no sabía lo que me había pasado, que por favor no me dejara sola. Él entonces vino y se sentó a mi par en la cama. Me dijo que me tranquilizara, que nada malo me iba a pasar. Yo le conté que había mucha sangre donde yo había despertado, que no sabía qué me había pasado. Entonces él me revisó, me preguntó si no me dolía algo aparte de los pies, y le dije que no. Él me dijo que ya todo había pasado, que estaba segura ahí. Luego, los dos nos quedamos viendo directamente a los ojos. Él rozó mi mejilla con su mano haciendo mi pelo un poco para atrás, y me dijo que era muy hermosa. Yo sonreí, él era lindo también. Él dijo: ―Qué lindo es ver reflejada la luna llena en unos ojos tan hermosos como los tuyos―. En ese momento recordé lo que había pasado la noche anterior.
Continuará...
Pintando con palabras y sueños
Desde el tintero del corazón
El Comandante de las Letras
Quetzaltenango, Quetzaltenango, Estado de los Altos
30 de noviembre de 2018
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