Cómo lloramos a un ser querido que se va para siempre. Cómo nos duele su partida pensando que jamás nos resignaremos a perderlo. No podremos acostumbrarnos a su ausencia ni consolarnos nunca porque su muerte nos deja un doloroso vacío imposible de llenar.
Pero a medida que los días pasan y casi sin percibirlo, nuestro dolor se va atenuando, la conformidad poco a poco va invadiendo nuestro ser, la herida va cicatrizando hasta llevarnos al momento de aceptar la realidad.
No cabe duda que el tiempo es un aliado poderoso que ayuda con su paso a aliviar nuestra pena y a disipar nuestra tristeza, diluyéndola lentamente hasta darnos la tranquilidad espiritual que ncesitamos.
La pérdida de un ser querido, de alguien que es parte de nuestra propia vida, es uno de los golpes más duros que podamos recibir, por eso sacude la totalidad de nuestros sentimientos hasta hacernos llegar a pensar que difícilmente nos recuperaremos, pero Dios, Todopoderoso, con su infinita misericordia, nos da la fuerza necesaria para superar nuestra profunda pena.
Florencio Mendoza Granados
San Antonio Huista, Huehuetenango, Guatemala
7 de noviembre de 2019
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