EL FIN DEL PROLETARIADO
El Estado de excepcionalidad será
la norma, y el sistema capitalista se fortalece, dice Byung Chul Han con gran
acierto, y la oscuridad se cierne sobre la humanidad, el egoísmo triunfa y las
clases dominantes nos aplastan, al tiempo que terminan de desarticular a la
clase obrera y por tanto la posibilidad de revolución que Marx y Engels
proponían, y que no será posible en la distopía que parece erigirse.
El proletariado por definición,
surgió cuando las personas fueron a trabajar bajo las órdenes de un patrono,
disminuyendo los artesanos y los siervos como clase mayoritaria, y naciendo los
trabajadores como clase social al mismo tiempo que la burguesía que desplazaba
a la nobleza y al clero, tal presencia en la fábrica les hacía miserables y
explotados, pero les permitía estar juntos y por lo tanto organizarse, tal como
se organizaron en el movimiento obrero, bien a través de sindicatos, bien a
través de la acción política; y por otro lado, tal forma de producción hacía
visible quién era el explotado y quién el explotador.
Tras el fin de la Guerra Fría y
la globalización financiera neoliberal, el capitalismo ha triturado al
movimiento obrero dejando entre los despojos pocos muy pocos sindicatos y
movimientos obreros organizados, que, si no fueron corrompidos por la propia
clase burguesa, en su agonía aún intentaban si no conseguir nuevos logros,
conservar los alcanzados en el pasado, mientras eran arrastrados por la
flexibilización, precarización, desregulación y tercerización del trabajo.
Pero su condena ya estaba
dictada, y el mundo cambiaba a pasos agigantados en su cosmovisión, tal como lo
dijera ya Byung Chul Han en “La Sociedad del Cansancio”, evidenciando como nos
dividieron e individualizaron, intentando hacernos responsables de nuestros
propios éxitos y propios fracasos con la cultura del emprendimiento y la
autoayuda, para ya no culpabilizar al explotador sino a nosotros mismos de
nuestras desgracias, y fomentando la autoexplotación, es decir, ya no que
alguien nos obligue directamente a trabajar hasta el cansancio, sino por la
competencia con nuestros pares, tomar la autoexplotación como el supuesto medio
para alcanzar el éxito que si no es alcanzado, no es culpa del sistema, sino de
que no nos autoexplotamos lo suficiente, y así, ya no disfrutamos de nuestra
vida, y nos explotamos a nosotros mismos ya no teniendo el explotador ni
siquiera qué explotarnos, ya que hasta eso hacemos por él. Esta, todavía no era
una norma generalizada, pero ante la situación actual de pandemia y la
promoción del teletrabajo, se envía a los trabajadores a casa, donde los mismos
deben poner su computadora, su internet, su electricidad, su servicio
sanitario, su agua, su jabón, todos los recursos que ahora el empresario se ahorra.
Engels decía que el esclavo tenía
la existencia más garantizada que el propio trabajador, al cual le venden la
idea de libertad, libertad que sin ser propietario no le es posible tener, sin
embargo, aunque el trabajador se piensa libre y es feliz por ello, no se da
cuenta que sigue siendo esclavo y esta vez sin la existencia garantizada, ya
que el amo que compraba un esclavo debía velar por su existencia, por proveerle
de comida, casa y demás servicios, ya que si no se le moría y perdía toda su
inversión, en cambio el trabajador, es esclavo solo por el tiempo de trabajo
que el empresario lo necesite, el trabajador es un esclavo que se vende a
pedazos, y que después es dejado a su suerte, no le importa ya al empresario si
el trabajador come, tiene techo, tiene medicinas, si vive o si muere, y si
muere, no importa, porque ya comprará otro trabajador por partes cuando lo
necesite. De la misma manera, sin duda se nos venderá como una mayor libertad
el trabajar en casa, lo que nos evitará las molestias del transporte y los
horarios, pero aquellos que trabajamos en casa sabemos que cuando no hay
horario, las horas dedicadas al trabajo tienden a ser más que cuando lo hay, y
además se nos hará poner nuestros recursos, haciéndonos creer emprendedores
tercerizados y no trabajadores como tales, y nos alegraremos de la mayor
libertad que significará sin embargo mayor desamparo, desprotección y
precariedad, ya que el empresario tampoco se hará responsable de las
enfermedades laborales que suframos a causa de estar en la computadora, o del
sedentarismo de estar sentados, u otras enfermedades más producto del trabajo,
destruyendo además el contacto que teníamos con nuestros compañeros de trabajo
y la solidaridad que podía surgir de ahí, así como la organización para defender
los derechos de clase, convirtiéndose el trabajador ya no en trabajador, en
proletario, en obrero, sino quizá en una nueva clase explotada, una clase más
desamparada y más débil que las clases dominadas anteriores, sucediendo lo
contrario a lo que Marx y Engels esperaban, construyéndose de a poco cada vez
más una distopía que una utopía.
El proletariado por definición,
surgió cuando las personas fueron a trabajar bajo las órdenes de un patrono,
disminuyendo los artesanos y los siervos como clase mayoritaria, y naciendo los
trabajadores como clase social al mismo tiempo que la burguesía que desplazaba
a la nobleza y al clero, tal presencia en la fábrica les hacía miserables y
explotados, pero les permitía estar juntos y por lo tanto organizarse, tal como
se organizaron en el movimiento obrero, bien a través de sindicatos, bien a
través de la acción política; y por otro lado, tal forma de producción hacía
visible quién era el explotado y quién el explotador.
Tras el fin de la Guerra Fría y
la globalización financiera neoliberal, el capitalismo ha triturado al
movimiento obrero dejando entre los despojos pocos muy pocos sindicatos y
movimientos obreros organizados, que, si no fueron corrompidos por la propia
clase burguesa, en su agonía aún intentaban si no conseguir nuevos logros,
conservar los alcanzados en el pasado, mientras eran arrastrados por la
flexibilización, precarización, desregulación y tercerización del trabajo.
Pero su condena ya estaba
dictada, y el mundo cambiaba a pasos agigantados en su cosmovisión, tal como lo
dijera ya Byung Chul Han en “La Sociedad del Cansancio”, evidenciando como nos
dividieron e individualizaron, intentando hacernos responsables de nuestros
propios éxitos y propios fracasos con la cultura del emprendimiento y la
autoayuda, para ya no culpabilizar al explotador sino a nosotros mismos de
nuestras desgracias, y fomentando la autoexplotación, es decir, ya no que
alguien nos obligue directamente a trabajar hasta el cansancio, sino por la
competencia con nuestros pares, tomar la autoexplotación como el supuesto medio
para alcanzar el éxito que si no es alcanzado, no es culpa del sistema, sino de
que no nos autoexplotamos lo suficiente, y así, ya no disfrutamos de nuestra
vida, y nos explotamos a nosotros mismos ya no teniendo el explotador ni
siquiera qué explotarnos, ya que hasta eso hacemos por él. Esta, todavía no era
una norma generalizada, pero ante la situación actual de pandemia y la
promoción del teletrabajo, se envía a los trabajadores a casa, donde los mismos
deben poner su computadora, su internet, su electricidad, su servicio
sanitario, su agua, su jabón, todos los recursos que ahora el empresario se ahorra.
Engels decía que el esclavo tenía
la existencia más garantizada que el propio trabajador, al cual le venden la
idea de libertad, libertad que sin ser propietario no le es posible tener, sin
embargo, aunque el trabajador se piensa libre y es feliz por ello, no se da
cuenta que sigue siendo esclavo y esta vez sin la existencia garantizada, ya
que el amo que compraba un esclavo debía velar por su existencia, por proveerle
de comida, casa y demás servicios, ya que si no se le moría y perdía toda su
inversión, en cambio el trabajador, es esclavo solo por el tiempo de trabajo
que el empresario lo necesite, el trabajador es un esclavo que se vende a
pedazos, y que después es dejado a su suerte, no le importa ya al empresario si
el trabajador come, tiene techo, tiene medicinas, si vive o si muere, y si
muere, no importa, porque ya comprará otro trabajador por partes cuando lo
necesite. De la misma manera, sin duda se nos venderá como una mayor libertad
el trabajar en casa, lo que nos evitará las molestias del transporte y los
horarios, pero aquellos que trabajamos en casa sabemos que cuando no hay
horario, las horas dedicadas al trabajo tienden a ser más que cuando lo hay, y
además se nos hará poner nuestros recursos, haciéndonos creer emprendedores
tercerizados y no trabajadores como tales, y nos alegraremos de la mayor
libertad que significará sin embargo mayor desamparo, desprotección y
precariedad, ya que el empresario tampoco se hará responsable de las
enfermedades laborales que suframos a causa de estar en la computadora, o del
sedentarismo de estar sentados, u otras enfermedades más producto del trabajo,
destruyendo además el contacto que teníamos con nuestros compañeros de trabajo
y la solidaridad que podía surgir de ahí, así como la organización para defender
los derechos de clase, convirtiéndose el trabajador ya no en trabajador, en
proletario, en obrero, sino quizá en una nueva clase explotada, una clase más
desamparada y más débil que las clases dominadas anteriores, sucediendo lo
contrario a lo que Marx y Engels esperaban, construyéndose de a poco cada vez
más una distopía que una utopía.
Al mismo tiempo, este
confinamiento en nuestras casas que basado en la pandemia puede provocar que
nos obliguen a registrar electrónicamente nuestra salud para controlarnos más,
así como poner medidas más severas de migración y quitar libertades ante la
amenaza de los virus, también es propicio para la generación de un gobierno
orwelliano, peligro latente ante el aparecimiento del Deep Fake, que es la
manipulación de la que la tecnología ya es capaz de copiar nuestras imágenes en
video y nuestras voces en sonido y hacer que digamos frente a la cámara cosas
que jamás hemos dicho, sin que nadie pueda diferenciar si somos nosotros o no,
lo que podría utilizarse no solo en los juicios para acusar a rivales políticos
y destruir sus imágenes ante el público, sino además para mostrarnos un
gobernante carismático que jamás habremos visto más que por la pantalla y que
probablemente ni siquiera exista, tecnología ya hoy al alcance de cualquier
individuo, cuanto más de los gobiernos, que sumado a estas medidas de pandemia,
al confinarnos y obligarnos a relacionarnos solo por las redes, siendo una
pantalla nuestra única ventana al mundo y no pudiendo salir a ver la realidad
por nuestros propios ojos, provocará que nos manipulen de forma más orwelliana
al no poder saber ya qué es real y qué no, y tener que desconfiar de cada cosa
que vemos, o bien tener que confiar en potenciales mentiras.
Nadie puede escapar del Gran
Hermano, ni siquiera quienes se creen clases dominantes, al parecer el hombre
es un lobo para el hombre a pesar del mayor poder del Leviatán, es más, lo es
por propia causa del Leviatán, y aunque Rousseau es vencido por Hobbes, no por
ese motivo logra Hobbes su victoria.
Es este el contexto mundial en el
que publicamos esta revista, tan bienintencionada en su contribución a la
academia, a nuestro país y al mundo, pero a la vez tan pequeña ante los
desafíos de la humanidad, los abusos de los poderosos y los peligros distópicos,
que no puede más que mediante sus letras advertir e informar, mientras pueda,
de tales hechos desafiantes. Y es un día icónico como hoy que tiene lugar su
publicación, un día que conmemora y solidariza a una clase social que ha
protagonizado varios siglos de lucha por la libertad y en contra de la
injusticia, y que tras el debilitamiento de los últimos años y tras el
recrudecimiento paulatino de las medidas draconianas y las pérdidas de derechos
y libertades acompañados de los cambios en el modo de producción, parece
desaparecer como clase mayoritaria y capaz de llevar a cabo una revolución.
Esperanzas puede que queden, pero
las nuevas generaciones, como revolucionarios de café y de foros, parece que no
estamos a la altura de asumir las riendas de la historia, a pesar de la
consciencia de la distopía a la que parecemos dirigirnos. Hoy nuestra
preocupación mayor es sobrevivir a esta pandemia, más precisamente que
sobrevivan nuestros familiares vulnerables, y es nuestro deseo que así sea y
afecte lo menos posible a la humanidad, pero también es nuestro deseo que
podamos enfrentar el desafío de la crisis económica sobreviniente, y que ambas
cosas las podamos superar sin ceder nuestras libertades y derechos, y
ganándoles la partida a los abusos de poder, del Estado y de los explotadores.
Es este el deseo más sincero, y nos solidarizamos con todos los afectados por
la pandemia, por la economía, y por las injusticias, y motivamos a los
trabajadores del mundo a resistir y combatir, acaso morir combatiendo como clase,
como honorablemente sería preciso, si acaso el fin nos sobreviniera como clase.
Mas si así fuera, si nos
encontrásemos presenciando el fin de la clase obrera, si fuera este el último
día que con legitimidad pudiésemos llamar propio al 1 de Mayo, Día Internacional
de los Trabajadores, preciso sería proclamar una vez más la consigna que Marx y
Engels nos legaron:
¡Proletarios del
mundo, uníos!
Pintando con palabras y sueños
Desde el tintero del Corazón
El Comandante de las Letras
Quetzaltenango, Quetzaltenango, Estado de los Altos
Si te ha gustado mi contenido y quieres reconocer mi trabajo, puedes apoyarme en Paypal, Patreon o con mi lista de deseos en Amazon.
Comentarios
Publicar un comentario