Con la profunda angustia hecha un nudo en la garganta, y a veces, con la dolorosa sorpresa de una muerte inesperada, llega la separación física de un ser querido, dejando en el corazón de todos los suyos, la profunda pena de su ausencia y un doloroso vacío imposible de llenar.
Pero ni modo, ante los designios de nuestra Creador, nada puede hacerse, sino aceptar con resignación su voluntad y agradecerle el privilegio de habernos permitido vivir y disfrutar de esa dádiva divina, por el tiempo que Él decida concedérnosla, porque cuando la hora llega, no hay poder humano que pueda retrasar el reloj que marca la duración de nuestro destino.
Cuando el final se presenta de manera inesperada, conmociona los más profundos sentimientos de la familia, sacude violentamente las fibras más sensibles de quienes estupefactos y acongojados, ven partir al amigo que se va de manera imprevista, a la hermana que no tuvo tiempo de despedirse, al ser querido que sin decir adiós se va para siempre, dejando abatidos a quienes en este mundo le brandaron su amistad y su cariño.
Y si quieren, de manera repentina y sorpresiva, ha dejado a su paso un reguero de bondad y de servicio, su muerte la llorarán muchos más, porque con su comportamiento supo ganarse el aprecio de quienes tuvieron la oportunidad de relacionarse con la persona que ha dejado de existir y con la que compartieron ideales, proyectos e ilusiones.
Por eso, no podemos sino pedir con fervor y sinceridad, que Dios lo cubra con el manto de su infinita misericordia, que a su familia que llora inconsolable su viaje a la eternidad, le dé la fortaleza suficiente para soportar con valor y resignación, la dolorosa realidad de su muerte.
Comentarios
Publicar un comentario