AÑO 3333 d. C.
Era el año 3333 d. C., y el científico Alberto Tesla se despertó esa mañana en su casa, se tomó la pastilla del desayuno, y como éste era un hombre al que le importaba mucho el Fitness, se metió a la máquina de Fitness y en un abrir y cerrar de ojos ya había hecho su ejercicio matutino, entró al bañador automático, luego pasó al vestidor automático, y ya listo salió de su lujosa casa en la avenida Yuri Gagarin. Justo ahí enfrente se paró a esperar el bus. Le hizo la parada, y el bus, que era de parrilla, se detuvo y abrió la puerta para que él se pudiera subir. Sí un bus, es el año 3333, pero las extorsiones no han dejado mejorar al transporte público...
Llegó hasta su trabajo, el Centro Científico de la Luna, y caminando muy lentamente y dando leves brincos, llegó a la puerta, y al cerrarse ya el efecto de gravedad artificial le permitía caminar normalmente. El Centro Científico de la Luna no sería de los más avanzados, pero permitía a este personaje de bata blanca y bigotes marrones que parecían una brocha, trabajar en su experimentos. Y es que la gente en la Luna es más abierta de pensamiento, a ella han llegado personas que en la Tierra eran perseguidas por sus ideas, y hoy han construido una tierra con cierta libertad.
El caso es que Alberto Tesla era un científico que buscaba la forma de inventar una máquina del tiempo para viajar a través del espacio-tiempo hacia el pasado, una gran osadía para la época, pues la comunidad científica estaba convencida de que si eso llegase a ser posible, el universo en el que vivimos se destruiría. El alto comité científico del CERN en la tierra le habría condenado a no realizar más experimentos en la materia, por lo peligroso de tal conocimiento, pero él seguía seguro que era posible hacerlo sin destruir el universo, y tuvo la osadía de decirle al comité en su cara que él igual realizaría su experimento. Ello casi lo lleva a la cárcel, si no es porque pidió asilo en una Embajada Lunar, y gracias a ello pudo viajar a la Luna para continuar sus experimentos.
Pero él sabía que hoy era el día, así que iba muy preparado con su mejor traje de científico, aunque la verdad no lo había lavado y además él iba todo despeinado, pero qué decir, ni siendo todo automático el ser humano atiende todos los aspectos de su vida, él era un genio, pero abigarrado de aspecto. Aunque sus ideas eran respetadas en la comunidad científica lunar, tampoco era que simpatizaran mucho con sus ideas, así que al entrar a su laboratorio, prendió la luz, y se preparó para el que él creía sería el mejor evento para toda la humanidad, aunque el público era... solo él mismo.
A pesar del bajo presupuesto que le habían concedido, su máquina ya estaba lista y según él, funcional. Revisó los últimos ajustes, apretó los últimos tornillos, ingresó a la máquina, la observó una vez más maravillado y orgulloso de su creación, oprimió el botón para cerrar la puerta, colocó el año y el lugar, respiró profundamente, y oprimió el botón rojo. "¡Puf!"
Casi nadie visitaba su laboratorio, por lo que aquel día nadie se fijó siquiera que Alberto Tesla no salió de él todo el día ni regresó a su casa, tampoco nadie se percató que la máquina había desaparecido, porque... ¿siquiera sabían que la maquina existía? En la Luna nadie sabía nada.
Pero en una playa de la tierra, justo al lado del mar, de pronto un gran remolino de viento y ¡Puf!, apareció un extraño artefacto. La puerta se abrió, y dentro Alberto Tesla con unos ojos de emoción. Al salir de su máquina se cayó él directo al agua, y se mojó, pero afortunadamente su máquina estaba a salvo. La llevó lejos del agua, y la puso en un lugar seguro. Caminó un poco hacia el pueblo más cercano, y al ver las casas, las ropas de túnicas de las personas, los barcos que zarpaban, dijo: "¡Sí, estoy en Fenicia, viajé en el tiempo, y el universo no se destruyó!
Desde aquel momento, Alberto Tesla empezó a descubrir la cultura fenicia, pues además él era un historiador fascinado por la historia de ese pueblo mercante y navegante, del que surgieron entre otros, pueblos como el cartaginés. Estuvo aproximadamente dos años viajando en barco, platicando con las personas, las humildes y las poderosas, y hasta se hizo un lugar en la sociedad fenicia como un sabio.
Habiendo recopilado gran cantidad de información y con algunos objetos de prueba, se dispuso a regresar al año 3333 d. C. para demostrarles a sus colegas que estaban equivocados. Fue a sacar su máquina de donde la tenía guardada, la desempolvó, la preparó, y luego cerró la puerta, puso el año, y oprimió el botón rojo y... y... y..., nada pasó, así que se extrañó, ¿qué podría haber pasado? Salió de su máquina y la revisó, todos los tornillos estaban en su lugar, todos los botones estaban bien, revisó todos los ajustes, y luego vino a su memoria el bajo presupuesto con que la hizo, y como para ahorrar dinero... se dio cuenta cuando tenía la espiga de conexión en su mano, que no le había puesto batería ni otra fuente de energía. "Nooooooo", gritó.
Pintando con palabras y sueños
Desde el tintero del corazón
Quetzaltenango, Quetzaltenango, Estado de los Altos
5 de enero de 2018
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