TODOS TENEMOS DERECHO A SOÑAR
Por lo general, cuando se inicia una nueva etapa de la vida en el calendario del tiempo, marcada con una fecha especial como la llegada del año nuevo o la celebración del matrimonio o del cumpleaños por ejemplo, nos trazamos nuevos proyectos o volvemos a prometer que ahora sí realizaremos los que hace rato habíamos considerado y que por esta o aquella razón no pudimos concretar o solo los iniciamos dejándolos a medias. Cuántas cosas en la vida hemos dejado para hacerlas mañana y no las hacemos nunca.
La compra del terrenito, de la computadora, de la vaca, del burrito, la reparación de la casa, la operación de mamá, el examen médico de papá, la graduación del hijo, total, un sin fin de ilusiones sin el respaldo ni la consistencia de una férrea voluntad para llevarlas a feliz término. Los sueños solo se consolidan y se cumplen cuando cuentan con la consistente determinación de convertirlos en realidad, si quien los tiene se reviste de una decisión inquebrantable, y siempre que no sobrepasen los límites de la posibilidad; o sea que tenemos que ser realistas y saber medir la capacidad de nuestras fuerzas, tenemos que soñar pero con los pies puestos en tierra firme, porque no podemos ni debemos de anhelar imposibles que en vez de incentivarnos terminan por matar nuestras ilusiones.
Lo cierto es que existen determinadas ocasiones en las que se agigante el gusanito de nuestras aspiraciones, en las que con mayor énfasis le damos rienda suelta a nuestra imaginación y fantasía, haciendo planes para el futuro, planes que a medida que el tiempo va pasando se van haciendo ladera hasta convertirse en verdaderos desfiladeros, por falta de ese espíritu indomable que debe respaldarlos; y en el mejor de los casos, tales planes van tomando forma, que abonados sabiamente se convierten en fértiles campos de producción.
De todos modos tenemos derecho a soñar, pero no a engañarnos con promesas sin fundamento, y mucho menos a engañar a los demás, pues si en verdad queremos conseguir la concreción de nuestros sueños, pongámosle a su consecución toda nuestra capacidad de acción, con voluntad y perseverancia, y de ser necesario, con sacrificio; solo así podemos levantar orgullosos el estandarte del triunfo y sentir la íntima satisfacción de nuestro empeño, d elo contrario sigamos soñando y siendo esclavos de nuestra pobre y despreciable apatía y falta de decisión.
San Antonio Huista, Huehuetenango, Guatemala
18 de enero de 2018
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