Un día de tantos, decidí dejar que la vida hiciera lo que quisiera con mi corazón. Pensé, ¡ya para qué!, es cierto, por muy tonto que parezca. Me resigné a no ser amada, a no ser disfrutada, a no sentir. Las aflicciones sentimentales las enterré y sobrepuse a ellas mi trabajo.
Revés terrible me tenía preparada la vida.
Y no fue sino aquella tarde, donde por fin logré verme en sus ojos café claro, quizá lo había esperado demasiado tiempo, quizá no tanto, sentí pánico, mi mente entorpecida, no entendía cómo después de tanto la vida había decidido darme otra oportunidad, ¿pero cómo es posible que me haya visto?, me pregunté, “quizás son simples fantasías mías” me dije. Luego ocurrió algo estremecedor, me habló y su boca articulaba palabras de amor, ¿eran para mí, acaso?. La tarde pintaba hermosos celajes, pero para mí lo más lindo era su compañía. Sabíamos que era imposible. Pero por un momento, por pequeño que este fuera, nos atrevimos a volar, a soñar, a creer que el rumbo de la vida sí se puede cambiar. Me vi en sus ojos y pensé: cómo en un mundo lleno de terribles situaciones podía tenerse un instante de gloria.
Y me permití una deliciosa conversación, un suculento manjar para el alma, un respiro para esta vida.
Cambió mi nombre y yo el de él, un solo roce de sus manos fue suficiente para llegar al cielo, ¿qué tan bueno puede ser un sentimiento? La medida no existe, pero puede entenderse si miramos hasta dónde nos lleva. Ahora comprendo que el amor no es unilateral, me siento amada, lo mejor es que yo también amo. Mi pecho se altera con solo verle, oh pero mi alma se eleva al escuchar su deliciosa conversación.
No había tenido la oportunidad de agradecerle a la vida. Gracias vida, muchas gracias.
Pepper
09 de enero de 2019
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