Como un inapreciable regalo de Dios, casi a diario contamos con la grata presencia de un distinguido visitante que rigurosamente vestido de negro, de un negro azulado y brillante, anuncia su llegada con la potente y sonora voz que dulce y melodiosa, brota de su garganta.
Su gallarda figura, con intervalos más o menos prolongados de ausencia, se yergue majestuosa a travpes de una ventana, de la que ha hecho su estudio favorito para ensayar sus variadas melodías. Ahí permanece por largos ratos, picoteando los cristales y pavoneándose orgullosamente, engrifa su plumaje oscuro y deja escuchar su canto.
Su presencia, ya familiar, nos llena el corazón de alegría porque deleita con su voz limpia, clara y potente, la cotidianeidad de nuestra existencia, porque invade con las dulces notas de su canto todos los rincones de la casa.
Su imponente estampa de cantante profesional envía a los cuatro vientos su mensaje musical, variado y vigoroso. Y, ¿Sabe usted quién es ese apuesto huésped de honor, vestido de impecable negro, que todos los días se para en el umbral de nuestra ventana para ofrecernos la dulzura de su canto? Es nada más y nada menos que un hermoso clarinero.
Florencio Mendoza Granados
San Antonio Huista, Huehuetenango, Guatemala
17 de julio de 2019
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