LA CATA (CAPÍTULO X)
(Capítulo VI)
(Capítulo VII)
(Capítulo VIII)
(Capítulo VII)
(Capítulo VIII)
Después de un largo día de trabajo y en espera de que llegara la tarde para salir con Ernesto, resultó que terminé antes de lo que esperaba. La verdad me daba pena que me pasara a traer, porque estaba yo a pocas cuadras, a penas a tres de mi trabajo, y ni modo que yo no pudiera caminar un poco, pensaría él que soy muy comodona. Pero..., y si ya estaba cerca, podría sentir que lo estoy rechazando. Así que mejor decidí llamarlo. Lo busqué ente mis contactos, marqué, y esperé al teléfono a que me contestara. La verdad tardó un poco, me dio un poco de pena que estuviese ocupado o viniera manejando, pero en eso, respondió:
―¿Qué hace una chica tan linda como tú aquí sola?
―Espero a alguien.
―Yo no haría esperar a una preciosura como tú.
―Quizá porque sabrías que no te esperaría.
―¿Vienes a la presentación del vino?
―Noooo... vengo a hacer un estudio sobre la arquitectura del lugar.
―Ya veo..., por eso estás viendo si la pared resiste a que tú te recuestes sobre ella.
―Exacto.
―Al terminar aquí podríamos salir, conozco un buen lugar, y quizá te pueda prestar mi BMW.
―Lo siento, no puedo, soy casada.
―¿En serio? ¿y por qué no traes anillo?
―Porque..., porque lo dejé en la casa y me lo podían robar.
―¿Y cómo se llama tu esposo?
―Se llama José Ernesto, tiene un Ferrari, tiene una 9 milímetros y no le gusta ver que otros me hablan.
―Si quieres librarte de él, puedes buscarme.
No le respondí, él siguió, y yo continué esperando. No sé por qué dije el nombre de Ernesto. Debí haber dicho el nombre de Raúl, no sé qué me pasó. Bueno, debe ser porque lo estoy esperando, y por eso estoy pensando en él. Lo bueno es que me lo quité de encima. Seguí esperando, pero luego, oh, oh... rayos... otro hombre, de mediana edad, alto, corpulento, cabello oscuro, barba y bigote, trajeado, se acercó a hablarme.
―Hola bella dama, ¿gusta usted que la guíe por Casa Rioja?
―No gracias, espero a alguien.
―En ese caso me permite acompañarla mientras espera.
―Gracias, no es necesario.
―Al menos para que no la molesten. Me permite invitarla a una copa mientras esperamos.
―No quisiera molestarlo.
―No es molestia. ¡Jorge!, puedes venir por favor.
Vino entonces un joven que trabajaba en Casa Rioja.
―¿Sí?
―¿Puedes traernos un par de copas acá?
―Claro.
―El del 97 por favor.
―Con gusto.
Entonces se retiró por las copas.
―Y dígame, ¿cómo he de llamarla?
―Danniela, puede llamarme Danniela. ¿Y usted?
―Cuánto gusto. Mi nombre es Roberto.
―Mucho gusto Roberto.
En ese momento llegó el trabajador de Casa Rioja con las copas.
―Aquí tienen.
―Gracias.
―Muchas gracias.
Luego se retiró.
―Y cuénteme, qué le trae por acá.
―Vengo a la presentación del vino nuevo.
―Claro, ¿por qué motivo viene?, ¿es usted amante del vino, de los negocios?, ¿es solo curiosidad, distracción...?
―La verdad me gustan los vinos, y también los negocios, aunque sinceramente he venido porque me invitaron.
―Quien le invitó es entonces a quien espera.
―Así es.
―¿Y quién le ha invitado?
―Un amigo.
―Un amigo...
―Es que a ambos nos gusta la enología.
―Ah, le gusta la enología.
―Bueno, en realidad soy novata todavía en esto.
―Ah pues si te interesa yo tengo una colección de libros sobre enología.
―¿En serio?
―Así es, también tengo una cava en mi casa, puedes visitarla cuándo quieras.
―Ah... muchas gracias.
En eso, mi celular empezó a sonar.
―Discúlpeme un momento.
―Claro
Salí a la calle a contestar. Vi el número, y era Ernesto, ¡qué alegre!
―Hola Danniela, mira, te presento a Franscesco.
―Dichosos mis ojos que contemplan tanta hermosura ―dijo él mientras besaba mi mano.
―Ay, gracias. Mucho gusto.
―¿Quieres que te enseñe el lugar?
―Gracias, es que espero a alguien.
―¿Esperas a tu pareja?
―A un amigo.
―Pero ya se tardó, ¿no?
―Justo él me acaba de llamar, es que verá usted que a esta hora hay mucho tráfico. Pero dice Ernesto que ya viene.
―¡¿Ernesto?! ―dijeron los dos al mismo tiempo.
―Sí, así se llama.
―¿Hablas de José Ernesto?
―Sí, ¿lo conocen?
―Claro que lo conocemos.
―Es nuestro amigo.
―¿Eres entonces tú su nueva novia?
―No, no exactamente. Somos amigos ―en ese momento los dos se vieron entre sí, no sé por qué.
―Pues tienes suerte, él está soltero y además de ser bien parecido es muy buena persona.
―Sí, es buena persona, pero no, solo hay amistad entre nosotros, yo tengo pareja ―los dos se volvieron a ver entre sí. ¿Pero qué he dicho mal?―
―Pues tú pareces su tipo, y además eres mucho más bella que Mariana.
―¿Mariana?, ¿Quién es Mariana?
―Ejem, ejem, Franscesco, creo que debemos retirarnos, nos esperan por allá para catar los vinos.
―Pero, ¿quién es Mariana?
―Qué gusto conocerte Danniela, nos saludas a Ernesto ―decía Roberto mientras se llevaba a Franscesco.
―Adiós, grato conocerte.
―Igualmente a los dos.
Me quedé con la duda, y tuve la intención de seguirles, pero de pronto una llamada me detuvo. ¿Sería Ernesto?, vi mi teléfono, pero no, era un número desconocido. ¿qué raro? ¿quién podría ser?
Continuará...
(Capítulo XI)
―Hola.
―Hola Ernesto, ¿qué tal?, ¿cómo estás?
―Bien gracias, y tú.
―Bien también gracias. Te cuento que ya he salido de trabajar.
―¡Saliste antes!
―Solo unos diez minutos.
―Fabuloso, ahora llego, solo que me voy a tardar unos minutitos que me salió un imprevisto.
―No te preocupes, igual habíamos quedado que a las cuatro y media. Pero por eso te llamaba, si quieres te espero ya ahí en Casa Rioja.
―No, cómo crees, en serio, ahora me apresuro y llego ahí contigo en un santiamén.
―Pero igual estoy aquí a tres cuadras, no te preocupes, te espero ahí.
―Lo siento, en serio, debí llegar antes.
―Tranquilo, yo salí antes. Nos vemos en Casa Rioja.
―Nos vemos, llego pronto.
Colgué y empecé a caminar, desde la salida de este edificio de treinta niveles, empecé a caminar hacia Casa Rioja. Casa Rioja es un edificio antiguo e imponente de unos dos niveles bastante altos, con un estilo barroco. Llegué hasta sus puertas, que son enormes, e ingresé. Había un pasillo de ingreso que daba a un jardín central. Y me quedé esperando ahí a que Ernesto llegara. Me encontraba ahí, cuando de pronto venía entrando un joven delgado, entacuchado, rasurado y rubio, y se me acercó.―¿Qué hace una chica tan linda como tú aquí sola?
―Espero a alguien.
―Yo no haría esperar a una preciosura como tú.
―Quizá porque sabrías que no te esperaría.
―¿Vienes a la presentación del vino?
―Noooo... vengo a hacer un estudio sobre la arquitectura del lugar.
―Ya veo..., por eso estás viendo si la pared resiste a que tú te recuestes sobre ella.
―Exacto.
―Al terminar aquí podríamos salir, conozco un buen lugar, y quizá te pueda prestar mi BMW.
―Lo siento, no puedo, soy casada.
―¿En serio? ¿y por qué no traes anillo?
―Porque..., porque lo dejé en la casa y me lo podían robar.
―¿Y cómo se llama tu esposo?
―Se llama José Ernesto, tiene un Ferrari, tiene una 9 milímetros y no le gusta ver que otros me hablan.
―Si quieres librarte de él, puedes buscarme.
No le respondí, él siguió, y yo continué esperando. No sé por qué dije el nombre de Ernesto. Debí haber dicho el nombre de Raúl, no sé qué me pasó. Bueno, debe ser porque lo estoy esperando, y por eso estoy pensando en él. Lo bueno es que me lo quité de encima. Seguí esperando, pero luego, oh, oh... rayos... otro hombre, de mediana edad, alto, corpulento, cabello oscuro, barba y bigote, trajeado, se acercó a hablarme.
―Hola bella dama, ¿gusta usted que la guíe por Casa Rioja?
―No gracias, espero a alguien.
―En ese caso me permite acompañarla mientras espera.
―Gracias, no es necesario.
―Al menos para que no la molesten. Me permite invitarla a una copa mientras esperamos.
―No quisiera molestarlo.
―No es molestia. ¡Jorge!, puedes venir por favor.
Vino entonces un joven que trabajaba en Casa Rioja.
―¿Sí?
―¿Puedes traernos un par de copas acá?
―Claro.
―El del 97 por favor.
―Con gusto.
Entonces se retiró por las copas.
―Y dígame, ¿cómo he de llamarla?
―Danniela, puede llamarme Danniela. ¿Y usted?
―Cuánto gusto. Mi nombre es Roberto.
―Mucho gusto Roberto.
En ese momento llegó el trabajador de Casa Rioja con las copas.
―Aquí tienen.
―Gracias.
―Muchas gracias.
Luego se retiró.
―Y cuénteme, qué le trae por acá.
―Vengo a la presentación del vino nuevo.
―Claro, ¿por qué motivo viene?, ¿es usted amante del vino, de los negocios?, ¿es solo curiosidad, distracción...?
―La verdad me gustan los vinos, y también los negocios, aunque sinceramente he venido porque me invitaron.
―Quien le invitó es entonces a quien espera.
―Así es.
―¿Y quién le ha invitado?
―Un amigo.
―Un amigo...
―Es que a ambos nos gusta la enología.
―Ah, le gusta la enología.
―Bueno, en realidad soy novata todavía en esto.
―Ah pues si te interesa yo tengo una colección de libros sobre enología.
―¿En serio?
―Así es, también tengo una cava en mi casa, puedes visitarla cuándo quieras.
―Ah... muchas gracias.
En eso, mi celular empezó a sonar.
―Discúlpeme un momento.
―Claro
Salí a la calle a contestar. Vi el número, y era Ernesto, ¡qué alegre!
―Hola Ernesto.
―Hola Danniela, ¿ya estás ahí?
―Sí, aquí estoy en Casa Rioja.
―Llego en un momento, ya voy para allá, lo siento, es que el tráfico estaba un poco pesado.
―Hola Danniela, ¿ya estás ahí?
―Sí, aquí estoy en Casa Rioja.
―Llego en un momento, ya voy para allá, lo siento, es que el tráfico estaba un poco pesado.
―No te preocupes, aquí te espero, aunque no prometo guardarte vino... jaja.
―Jaja, no seas mala, guárdame aunque sea una copa.
―Te guardo una copa, pero el vino me lo tomo yo.
―Jajaja, que mala eres. ¿O es que quieres que lo pruebe de tus labios?
―Ay Ernesto, qué cosas dices, me sonrojas. Jaja, te espero.
―Ya llego.
Colgamos, y no sé, una alegría me invadía. Entré entonces nuevamente, y estaba Roberto con otro hombre de tacuche, joven, delgado, rasurado, de pelo oscuro y corto.―Jaja, no seas mala, guárdame aunque sea una copa.
―Te guardo una copa, pero el vino me lo tomo yo.
―Jajaja, que mala eres. ¿O es que quieres que lo pruebe de tus labios?
―Ay Ernesto, qué cosas dices, me sonrojas. Jaja, te espero.
―Ya llego.
―Hola Danniela, mira, te presento a Franscesco.
―Dichosos mis ojos que contemplan tanta hermosura ―dijo él mientras besaba mi mano.
―Ay, gracias. Mucho gusto.
―¿Quieres que te enseñe el lugar?
―Gracias, es que espero a alguien.
―¿Esperas a tu pareja?
―A un amigo.
―Pero ya se tardó, ¿no?
―Justo él me acaba de llamar, es que verá usted que a esta hora hay mucho tráfico. Pero dice Ernesto que ya viene.
―¡¿Ernesto?! ―dijeron los dos al mismo tiempo.
―Sí, así se llama.
―¿Hablas de José Ernesto?
―Sí, ¿lo conocen?
―Claro que lo conocemos.
―Es nuestro amigo.
―¿Eres entonces tú su nueva novia?
―No, no exactamente. Somos amigos ―en ese momento los dos se vieron entre sí, no sé por qué.
―Pues tienes suerte, él está soltero y además de ser bien parecido es muy buena persona.
―Sí, es buena persona, pero no, solo hay amistad entre nosotros, yo tengo pareja ―los dos se volvieron a ver entre sí. ¿Pero qué he dicho mal?―
―Pues tú pareces su tipo, y además eres mucho más bella que Mariana.
―¿Mariana?, ¿Quién es Mariana?
―Ejem, ejem, Franscesco, creo que debemos retirarnos, nos esperan por allá para catar los vinos.
―Pero, ¿quién es Mariana?
―Qué gusto conocerte Danniela, nos saludas a Ernesto ―decía Roberto mientras se llevaba a Franscesco.
―Adiós, grato conocerte.
―Igualmente a los dos.
Me quedé con la duda, y tuve la intención de seguirles, pero de pronto una llamada me detuvo. ¿Sería Ernesto?, vi mi teléfono, pero no, era un número desconocido. ¿qué raro? ¿quién podría ser?
Continuará...
Pintando con palabras y letras
Desde el tintero del corazón
Quetzaltenango, Quetzaltenango, Estado de los Altos
10-11 de Noviembre de 2018
(Capítulo XI)
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