Una de estas noches, cnasado de la dura jornada del día (pa'qué tan trabajador) y con la mejor intención de recobrar energías recetándome una de las más amplias dormidas de esta época de variante temperatura, tranquilamente me emtí a la cama sin siquiera imaginar lo que me esperaba.
Ni bien apagué la luz, un desventurado y trastochador zancuidito, entre la oscuridad de la noche llena, rondando mi cabecera, rompió el silencio con su monótona y desperante canción, según él, para adormecerme.
Por su parte el grillito, un poquito más distante, principió a pitar un interminable partido de fútbol, posiblemente del camponato de animalitos nocturnos; lo cierto es que "entre ambos" me espantaron de tal manera el sueño, que, como sucede en estas situaciones, pme puse a pensar un montón de cosas porque con la presencia de tan impudentes serenateros no podía conciliar el sueño.
Pensé, por ejemplo que, cómo no se cansaban estos animalitos y tantos más -y todavía los trato con cariño- de pasarse toda la noche o todo el día, repitiendo la misma tonada. Y claro que no me faltaron ganas de darles un garrotazo en el mero pensamiento, deseando que les amaneciera hinchado el gaznate o como se llame lo que s sirve para poner como la gran patria a cualquiera, ya no digamos o, hijo de la noche y del sueño.
Pero algo bueno hice durante ese largo mal rato que pasé, que aunque sea solo con el pensamiento le hice una serie de arreglos a mi casa: le pinté parte del techo, le puse lamiluz a la otra parte, le hice puertas tipo colonial, le mandé a poner baranda a las gradas y a las puertas que dan a la calle y hasta aproveché para salir a ver una procesión y no recuerdo cuantos arreglos más le hice.
Como a las dos o tres de la mañana logré conciliar el sueño, no sin antes rascarme hasta donde no me picaba y recorrer toda la rosa náutica de mi modesta geografía, ya qpueden imaginarse, mentándole toda la parentela a los dos desconsiderados causantes de mi desvelo.
Desperté como a las siete, pero a las siete veces que me fueron a zangolotear para que me levantara, eran ya las ocho menos veinticinco; me lenvanté hecho pistola y ni siquiera me acuerdo si me lavé, desayuné, a las menos cuarto me fui para la escuela, iniciando así una nueva jornada de trabajo.
San Antonio Huista, Huhuetenango, Guatemala
Escrito en enero de 1987
15 de agosto de 2019
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