En el diario transitar de nuestra existencia por este mundo de Dios, y siempre que no nos llegue a temprana hora el llamado de rendir cuentas ante el tribunal divino, pasamos por esas diferentes etapas de la vida, en el curso de las cuales vamos escribiendo nuestra propia historia, cuyas páginas rememoramos con nostaslgia, especialmente cuando hemos rebasado el medio siglo y estamos escribiendo ya los últimos capítulos.
Recordamos por ejemplo, entre toda esa serie de escenas de las que hemos sido protagonistos, aquellas en las que cariñosamente nos llamaron "mijito", esa época en que principiábamos a tener noción de nuestras primeras vivencias, hubo otras en las que nos llamaron "cuñado", pero también fuimos "novio" para llegar posteriormente a "yerno" y convertidos después en "papá", acercándonos con esto al calificativo de "suegro", en donde quedamos muy próximos al de "abuelo".
Y es de aquí de donde contemplamos, no sin cierta preocupación, ese largo camino andado y vamos sintiendo en serio el peso de los años y el inexorable paso del tiempo, no solo por el hecho de que nos llamen abuelo, sino porque nuestros cabellos, si es que aún nos quedam algunos, se van tiñendo de gris, las arrugas van surcando nuestro rostro y las dolecncias van apareciendo por los cuatro puntos cardinales de nuestra pobre y ya cansada humanidad.
Pero ni modo, ese es nuestro destino y tenemos que aceptarlo, un poco a regañadientes pero no hay de otra, afortunadamente cada una de esas edades tiene su manera de disfrutarla, las delicias de un juguete y del juego mismo en la infancia, la niñez, los deportes, el estudio y el amor en la adolescencia y la juventud, la novia, los amigos, la esposa, los hijos, el trabajo, los nietos, la lectura, los recuerdos, hasta llegar a la verdadera e irrevertible vejez, antesala de la tumba y el olvido.
Florencio Mendoza Granado
San Antonio Huista, Huehuetenango, Guatemala
22 de agosto de 2019
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