En un pueblo
allende las montañas y bosques, un pueblo prendido en la serranía, vivía un
niño al que le gustaban las mascotas. Había tenido pollos, había coleccionado
gusanos de esos que queman, haciéndoles sus casitas y poniéndoles nombre, había
tenido un conejito que se lo regalaron estando pequeñito, pequeñito, y que
muchos pensaron que iba a morir así, y sin embargo con sus cuidados logró verlo
crecer, hasta que un día salió y no regresó. Amante de los animales como él
era, le regalaron en una ocasión un perro, al que bautizó con en nombre de “Lobo”.
El perro no era muy bonito que digamos, podríamos bien decir que para alguien
que no viera con el corazón y solo viera con los ojos era feo, era de color
negro, canelo oscuro o gris oscuro, más o menos, tenía una trompa grande, que
parecía ensancharse hacia el frente, era de una raza indescifrable, parecía
como la combinación de muchas razas callejeras, pero para aquel niño era el
perro más lindo que jamás había tenido. Se convirtieron en mejores amigos,
siempre jugaban, y aquel niño lo llevaba a su cuarto para que se quedara a
dormir con él. Cuando su mamá se daba cuenta sacaba al perro: “¡Váyase de
aquí!, ¡Fuera!”, a ella no le gustaba que lo entrara porque ensuciaba mucho,
pero al irse ella, el niño se levantaba, abría la puerta y Lobo muy feliz
entraba con él.
La casa
del niño quedaba frente al parque de
aquel pueblo, que tenía los árboles recortados por el jardinero de forma tal
que unían sus ramas haciendo un rectángulo que rodeaba el parque, y en el
centro se encontraba una bella fuente. La casa del niño se encontraba en el
lado opuesto a donde quedaba la iglesia, una iglesia blanca que como peculiar
característica tenía la puerta de entrada en el lado opuesto al que daba al
parque. Unas pocas cuadras más allá de la iglesia se encontraba la escuela.
Cuando el niño venía de estudiar, viniendo cerca de la iglesia, chiflaba a
Lobo, y Lobo salía desde la casa, se atravesaba el parque e iba muy contento a
recibirlo. Eran 5 años los que ya habían compartido juntos, y siempre, en los
días de escuela, el niño chiflaba y el perro salía a recibirlo. Pero no era
siempre así, a veces el niño chiflaba a Lobo, y luego se metía ente los arriates
del parque y se escondía entre algunos arbustos. Lobo salía corriendo a
recibirlo y no le veía, y lo buscaba, volteaba a ver, caminaba y coría, hasta
que al fin lo encontraba, y cuando lo encontraba lo mordía jugando como
reclamándole el haberse escondido, y el niño moría de la risa, jugando con su
perrito Lobo. Eran sin duda los mejores amigos.
Lobo era un
perro libre, siempre andaba suelto, salía a pasear solo o acompañado de su
dueño, pero un día se supo una noticia que haría preocupar a todos. ¡Pasarían a
darle bocado a los perros callejeros!
(No te pierdas
la segunda parte de este cuento el próximo domingo, solo aquí, en La Nueva Palestra)
Si grato ha
sido nuestro encuentro,
Maravilloso
será nuestro reencuentro.
Espero os guste
y agrade lo redactado,
Gracias por
leer a vuestro escritor: El Comandante de las Letras
Comentarios
Publicar un comentario