Por las calles de mi pueblo ya no transita El Sombrerón, ya no se oye el tintinear de sus espuelas, ni los cascos de su caballo le sacan chispas a las piedras, ya a nadie se ha llevado en ancas para dejarlo perdido en cualquier lugar despoblado, tampoco ha entrado a las casas a platicar con las muchachas o a sentarse cerca del fuego para secarse la ropa y calentarse un poco el cuerpo.
En estos últimos tiempos ni La Llorona aparece luciendo su pelo suelto y su largo vestido blanco, su grito de media noche por las esquinas del pueblo ya ninguno lo ha escuchado, como tampoco la han visto bañarse bajo los puentes chapaleando el agua; también ella se ha alejado de la vida cotidiana, de las calles y de los ríos.
El Cadejo por su parte también no se deja ver como antes se miraba echando fuego por los ojos y erizando su lomo negro como queriendo pelear y metiéndosele entre las piernas a nocturnos callejeros, haciendo que su presencia le pesara el cuerpo a cualquiera y le parara el pelo del susto; los lugares donde salía ya no infunden el mismo miedo que se metía hasta el tuétano.
También El Dueño del Cerro no le ha salido a nadie en estos últimos tiempos. ¿Será este señor el mismito Sombrerón, también llamado Juan No? Bueno, eso no lo sabemos, lo cierto es que ya no se han visto rondando por estos lares. ¿Será que ya se cansaron y que se han puesto de acuerdo para no volver a asustar?, ¿Será que ahora son ellos los que se asustaron al vernos?, Hasta la historia de sus hechos se nos está olvidando porque ya no hay quien la cuente; ya los abuelos de ahora no son como los viejos de antes, son abuelos que poco saben de esas historias de miedo que contaban los otros abuelos, aquellos que al entrar la noche, sentados en su butaca, le contaban a sus nietos esas cosas que asustaban.
Ahora son otros los motivos que nos erizan el pelo, que nos ponen a temblar y que nos pesan el cuerpo: las drogas y la violencia, el alto costo de la vida, la destrucción de los bosques y el ambiente contaminado. Esas cosas nos asustan quizá más que El Sombrerón, La Llorona o El Cadejo y posiblemente a ellos también les da miedo y por eso no se han visto, o quizá por la luz eléctrica, porque a La Llorona por ejemplo, le gusta salir pero en noches de luna plena y al Cadejo, cuando estaba más oscuro. Pero tampoco se han despedido pensando que tal vez mañana puedan regresar de nuevo a revivir sus hazañas.
Mientras tanto nos harán falta esas historias de miedo que contaban los abuelos sentados en su butaca.
San Antonio Huista, Huehuetenango, Guatemala
Del libro "Lo cierto es que tengo mis dudas...", páginas 21-22
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