CONOCE CONMIGO LA FELICIDAD
Aquellos ojos claros estaban cristalinos, mientras me decía “Te necesito”. Ella vino hacia mí y yo la abracé. Sus lágrimas caían y caían por sus blancas mejillas, mientras, recostada en mi hombro me decía “sálvame”. Yo le dije “Tranquila, todo estará bien”. “No sé qué hacer, qué decisión tomar, ayúdame”, me dijo. Entonces le dije: “¿Recuerdas aquel lugar de que te hablé?” “¿Aquel lugar tranquilo y lleno de paz, lejos de la ciudad, donde pareciera como si Dios estuviese presente ahí de forma especial?” “El mismo, ¿te gustaría conocer ese mágico lugar?” “Me encantaría.” “Ven, conoce conmigo la felicidad”. Tomé su mano y fuimos hasta el automóvil, y le abrí la puerta para que subiera. Luego comencé a conducir. Fueron pocas horas de camino que tardamos en llegar hasta aquel lugar. Dejé el automóvil en las afueras, y comenzamos a caminar por la alameda. El lugar se encontraba lleno de árboles, el camino era de tierra, a un lado se encontraba un terreno lleno de vides cultivadas, al otro lado lo que parecía un pequeño bosque atravesado por los rayos del sol. Llegamos hasta el lugar, pero lamentablemente estaba cerrado. “¿Qué haremos ahora?” preguntó ella, “no te preocupes” le dije. Cuando ella vio que me disponía a ayudarla a brincar la barda, me dijo, “No, cómo crees.”, “No te preocupes, todo estará bien.”, todavía con algo de pena aceptó mi ayuda y se subió, después me subí yo, y luego juntos brincamos adentro de aquel lugar. “Sígueme”, le dije, tomé su mano y caminamos por el jardín, hasta que llegamos al sitio. Ahí estaba, una pequeña capilla en medio de la campiña y el bosque. Nuestras manos estaban entrelazadas, y yo la guie mientras subíamos unas pocas gradas. Llegamos a la puerta de madera, la abrí suavemente y entramos. No había ninguna persona dentro, si bien la presencia de Dios se sentía en cada centímetro del lugar. Había varias bancas, el santísimo iluminado al final, un Cristo Crucificado en imagen, vitrales y decoración sobria, y, sobre todo, se respiraba una gran tranquilidad, una paz enorme. Tomé un poco de agua bendita en mis dedos, y le hice una cruz en la frente. La tomé de nuevo a ella y fuimos juntos hacia una de las bancas. Ambos nos sentamos, y respiramos profundamente. La luz del sol entraba a través de los vidrios de forma diáfana, como si fuese la misma luz de Dios que descendía hacia nosotros, el sonido del silencio se escuchaba como si fuese su voz que nos abrazaba, y en el aire se respiraba un aroma a paz y a armonía como si estuviésemos en un pequeño trozo de paraíso. Ambos nos vimos a los ojos y sonreímos. Yo me acerqué, abrazándola con mi brazo derecho, mi mano izquierda quedaba sobre su pierna, mientras yo acercaba mi rostro al lado izquierdo del suyo, y le decía al oído: “En este lugar está Dios de forma especial. Él te guiará para tomar la decisión que debes tomar. Tranquila, no importa qué elijas, Dios está contigo, al igual que yo. Ni siquiera tienes que rezar, tan solo siente su presencia, haz comunión con Él en el silencio, y siente su amor en lo profundo de tu corazón”, le dije, mientras mi mano izquierda se separaba de su pierna y la llevaba hasta su pecho, descansando extendida sobre su corazón. “Ahora, te dejaré a solas con Él, para que te hagas una con Él, para que lo escuches. Estaré esperándote afuera. Quédate todo el tiempo que necesites.” Le di un fuerte abrazo, me separé de ella, me levanté, y caminé hacia afuera de la capilla. Entonces me quedé ahí en las gradas de la entrada esperando, mientras observaba el jardín, los árboles y la campiña que bañaba los rayos del sol.
Es difícil cuando la sociedad quiere algo de ti pero tú quieres otra cosa, es difícil cuando el “debes” se enfrenta al “quieres”, debe ser difícil tener que decidir entre hacer lo supuestamente “correcto”, lo de siempre, o aventurarte a elegir lo más arriesgado y renovador, debe ser difícil tener el corazón dividido entre dos hombres, pero una sola elección, debe ser difícil elegir entre quien la sociedad quiere para ti y quien tú quieres para ti, debe ser difícil elegir entre quien siempre necesita que lo salves y a quien siempre necesitas que esté ahí para salvarte. Fueron varios minutos, quizá media hora, viendo yo ahí al horizonte, cuando finalmente la puerta de la capilla se abrió, yo volteé hacia ella, ella vino hacia mí y nos abrazamos fuertemente. No sé cuántos minutos duró, pero fue el abrazo más largo, más profundo, más fuerte y duradero, y cada “Te Amo” se hizo presente al oído del otro, mientras ambos corazones palpitaban el uno junto al otro, confirmando el mutuo amor que nos teníamos. Recuerdo que finalmente aflojé el abrazo, pero ella seguía abrazándome fuertemente. Luego ambos nos separamos un poco, y nos vimos a los ojos, yo hice sus cabellos claros un poco hacia atrás, mientras observaba el brillo de sus ojos claros, hacía mucho tiempo que no iluminaban así, la oscuridad y el vacío de sus ojos se había ido, y había en ellos por fin felicidad, felicidad que ella podía mostrar en todo su esplendor ahí, en medio de la nada, tan lejos de todo y de todos, en medio de esa paz y libertad, en ese breve momento a solas donde ambos podíamos ser quienes realmente éramos. Sin duda alguna no hay momento en que la haya visto más feliz y más luminosos sus hermosos ojos claros. Pero las mejores elecciones a veces duran un solo día. Al final la sociedad parece estar más presente en nuestras vidas que Dios, por eso a veces gana, y a veces uno no puede salvar a quien no quiere salvarse a sí, a quien decide callar y mantener en secreto lo que siente y vive, quien teme al qué dirán y prefiere ocultar tras el silencio el amor que siente negándose la felicidad plena. Pero sin duda alguna, no hay momento en que la haya visto más feliz y más luminosos sus hermosos ojos claros.
Pintando con palabras y sueños
Desde el tintero del corazón
El Comandante de las Letras
Quetzaltenango, Quetzaltenango, Estado de los Altos
Escrito el 14 de abril de 2019
Publicado el 19 de abril de 2019
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