Un valioso regalo de Dios
Nuestro apego a la vida nos hace aferrarnos a ella con increíble tenacidad. No queremos morirnos, nadie se quiere morir, no queremos dejar este mundo aunque esté lleno de maldad y sea nuestro inseparable compañero del sufrimiento. Ni los nuestros quieren dejarnos partir, y en ese afán, hacen hasta lo imposible por retenernos; y es lógico, porque la existencia como invaluable regalo de Dios, es hermosa, a pesar de todo. Pero el destino es impecable y no hay poder humano que pueda cambiarlo.
Es por eso que el todopoderoso con su infinita bondad nos concede la capacidad necesaria para aceptar con resignación y conformidad, esos momentos difíciles que vivimos cuando un ser querido, cuando alguien que es parte de nuestro propio ser, rebasa el umbral de lo desconocido, de la muerte. Y lo lloramos porque nos duele su separación, porque nos tortura su recuerdo, pero a medida que el tiempo pasa, ese dolor se va haciendo cada vez más llevadero y el recuerdo menos lacerante, y ese profundo vacío de tristeza va llenándose de tranquilidad por obra y gracia de ese Ser Supremo que nos dio la vida.
San Antonio Huista, Huehuetenango, Guatemala
Del libro "Lo cierto es que tengo mis dudas...", página 124
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