¿Y QUÉ LE PASÓ A JUAN?
Muchos padres de familia por ignorancia, capricho, simpleza, mal gusto o lo que sea, le ponen a sus hijos unos nombrecitos que dan pena, lástima, risa y hasta cólera, todo porque los niños no se pueden defender; otros en cambio, tienen muy buen gusto para ponerle a sus retoños nombres bonitos, sonoros, graciosos y hasta elegantes, combinándolos muy bien con sus apellidos.
Por una parte, tenemos a los papás apegados a la tradición familiar de ponerle a sus vástagos el nombre de ellos, del abuelo, del bisa y hasta del tátara, sin ponerse a pensar que con ello los están condenando a una inconformidad de toda su vida; así resultan llamándose los pobres muchachitos Agapito, Esculapio, Tiburcio o Sinforoso, con sus respectivos apellidos.
Por otro lado, encontramos a los que creen que necesariamente debe ponérsele al hijo el nombre que trae el almanaque, por lo que conocemos a un Papa Jiménez, Obispo Lucas, Penitencia Ramírez, Confesor López, Abstinencia Pérez y tantos más como Repique o Procesión Alvarado.
Y como de todo se ve en este valle del señor, también hay personas amantes de nombres exóticos, raros y extravagantes: Sadam Hernández, por ejemplo, Arafat del Valle, Hámilton Ross, Winston García, Alarek Funes, Sacrosanta Salucio, Clavícula o Peritoneo González.
Pero como decimos al principio, están aquellos padres de muy buen gusto o con un amplio sentido del humor, que aprovechando su apellido, le ponen a sus hijos: Juan Carlos de la Vega, Blanca Rosa de la Roca Santa Cruz, Baldomero Basegoda de la Rosa, Aquiles Pinto Flores, Bella Luz del Prado, Zoila Flor del Valle, Tomás Arena del Río y muchos más.
Por supuesto que también tenemos a los nacionalistas, a los que de manera elegante combinan los nombres de origen español, que tradicionalmente hemos usados, tales como: Otto René, Carlos Alberto, Héctor Manuel, César Francisco, Pedro Rubén, Mario Augusto, Juana María, Marta Eugenia, Rosa Cristina, Ana Lucía, así, sencillamente, sin dobleces, ni Kaes ni Jotaaches.
Pero ni modo, en gustos se rompen géneros y mientras unos lucen sus nombres con orgullo y satisfacción, otros viven amargados en el suyo. Ojalá que a estos últimos no les pase lo que le pasó a Juan, cuyo nombre original era: Juan Baboso, y como no le gustaba uno de ellos, dispuso cambiárselo, ahora se llama Pedro Baboso.
San Antonio Huista, Huehuetenango, Guatemala
Del libro: "Lo cierto es que tengo mis dudas...", páginas 45-46
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